Por Luis Alejandro Silva | Candidato a diputado por Distrito 10
(Santiago, Ñuñoa, Providencia, San Joaquín, La Granja y El Bosque)
Hace muchos años conocí a un ruso educado en el régimen soviético: él no podía entender que alguien estuviera dispuesto a dar la vida por la patria. Y tenía muy claro que, por el partido comunista, tampoco. Vivía en Chile como podría haber vivido en cualquier otra parte del mundo: no tenía raíces afectivas con ningún lugar en la tierra.
Era emocionalmente un apátrida.
Quizá esta actitud suya y su experiencia en la URSS sean pura coincidencia, pero lo cierto es que la patria es una realidad muy incómoda para cualquier ideología política con aires refundacionales. ¿Por qué?
Porque la Patria significa vínculos con una historia, con una geografía, con una cultura, con una tradición. Por eso, por ejemplo, los constituyentes que se creen refundadores abuchearon el himno nacional o quieren cambiar la bandera; no es que tengan un problema estético con la música o los colores del emblema, no. Su problema es con lo que simbolizan, que es ese vínculo con una historia y una tradición que les avergüenza y que, por eso mismo, quieren reemplazar.
Aparte de la prepotencia con que se exhibe a sí misma, esta política refundacional revela una radical impotencia: la impotencia para reconciliarse con el pasado. En vez de entregarse serenamente a la tarea de distinguir entre lo bueno y lo malo, prefieren barrer con todo y empezar de nuevo. Lamentablemente, esto no sólo es indeseable, sino imposible.
La inmadurez de estos aspirantes a refundadores contrastará con la madurez de aquellos políticos que aman su patria, no porque sea perfecta, sino porque es suya.
Viva Chile.
Este ser tiene cero empatía.
Aburre ver Opus Dei en política.