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¿Qué prefieres, original o copia?

Por Cristian Gabler


Si le pregunta a su esposa si prefiere una cartera Gucci o una copia, la respuesta obvia será... la primera. Si le pregunta a su hijo si prefiere unas zapatillas Adidas o una copia, la respuesta será la misma. Pregunte a las personas que compraron productos alternativos sin saberlo en aquella tienda departamental si están contentas con lo que se llevaron, o si hubieran preferido el original.


Al caer el Muro de Berlín a principios de los años 90, la palabra "socialismo" se convirtió en un aroma tóxico equiparable al ácido sulfúrico. En aquel entonces, se proclamó el fin del comunismo como una ideología sin sustento real y un camino sin retorno hacia el fracaso. Sin embargo, quienes vivimos esa época no podríamos haber imaginado que treinta años después el marxismo estaría más presente que nunca, aunque ahora reinterpretado y adornado con posmodernidad.


A raíz de la debacle y la disolución de la URSS, aquellos que se dedicaban a hacer política desde la izquierda tuvieron que reinventarse. Lo único que sabían hacer era salir a protestar en las calles con carteles en contra del capitalismo y el imperialismo. Así, el movimiento ecologista del siglo XX, que había nacido como una forma de encubrir las ideas eugenésicas de sus fundadores, se revitalizó con la idea de poner fin al capitalismo, pero ahora por motivos medioambientales. Surgieron también los movimientos animalistas con la idea de acabar con el capitalismo, pero en este caso, enfocados en la industria ganadera, por así decirlo. Y muchos que aún deseaban formar parte de la política, esa que otorga poder a través del control de las instituciones públicas, de la noche a la mañana se volvieron socialdemócratas.


De repente, de la mano de Tony Blair, el Partido Laborista británico, por ejemplo, renunció a la nacionalización de los medios de producción y se conformó con simplemente aumentar los impuestos.


Estos nuevos socialdemócratas, que se mostraban moderados a pesar de sí mismos y muy generosos con el dinero ajeno, para desconsuelo de los contribuyentes, lograron éxitos electorales en Occidente que jamás hubieran imaginado, y terminaron gobernándonos durante gran parte de los últimos 35 años. ¿Quién hubiera pensado que rebajar el tono del discurso y utilizar los fondos estatales para comprar votos sería tan eficiente a la hora de competir por el poder?


El problema es que ejercer el poder desgasta y, como la corrupción es parte del ADN de la política, sobre todo en la izquierda, la centroizquierda o el nuevo socialismo redistribuidor de bienes ajenos comenzó a perder elecciones.


Nada realmente bueno dura para siempre, dicen algunos, pero ahora que la política es una profesión, esa no era una opción aceptable para los modernos socialdemócratas con pasado estalinista. Antiguamente, la política era más bien una actividad. La gente entraba y salía como si estuviera en un supermercado, pero ahora que la política se ha convertido en una profesión, ¿de qué vive alguien cuando ya no está en la política y no sabe hacer otra cosa?


Dado que la política es ahora una forma de vida y es la opción preferida por los narcisistas modernos, ¿crees que aquellos individuos que priorizan su propio interés aceptarían fácilmente perder el poder sin luchar por retenerlo, incluso si eso significa olvidarse de que la política siempre tiene, al menos en parte, una base ideológica y de fe? Así es como surgieron alianzas absurdas, como la Democracia Cristiana y los comunistas en Chile, un partido que, por cierto, se creó para oponerse al comunismo.

La solución que encontraron para aferrarse al poder fue buscar votos en la izquierda radical sin, en ningún caso, tener la intención de compartir el verdadero poder con nadie, dejémoslo claro. Aquella izquierda surgió para llenar el vacío que ellos mismos dejaron al abandonar, a su pesar, la ideología que los había formado como actores políticos.


El Partido Laborista inglés, al dejar el poder después de años, recurrió al liderazgo del radical Jeremy Corbyn, un apologista del ERI, hasta que el establishment del partido lo acusó de manera poco transparente de antisemita. En EE.UU., los demócratas apoyan causas que incluso para los comunistas tradicionales parecerían demasiado radicales, como la mutilación de los genitales o los pechos de menores de edad con confusión de género, sin siquiera informar a sus padres sobre la ubicación o intención de sus hijos, marcando sus vidas para siempre a una edad en la que no pueden votar, beber cerveza o conducir un vehículo. Además, apoyaron sin restricciones al movimiento BLM, cuyas protestas provocaron miles de millones de dólares en daños y varias decenas de muertes, todo con el objetivo de derrotar a Donald Trump. Y aquí en Chile, la Concertación se transformó en la Nueva Mayoría al incorporar a los comunistas, para el placer y la alegría de muchos de sus dirigentes, adoptando la ideología que más personas asesinó en el siglo XX, bajo la premisa y el entendimiento de que lo que les había sucedido era que se habían inclinado demasiado hacia la derecha y eso les estaba costando votos en la izquierda.


Nunca fueron capaces de pensar que, al meter tanto la mano en la lata, los votantes se cansarían de ellos.


Lo que es un fenómeno normal y deseable en la política, la rotación de autoridades, se combatió con la destrucción de la ideología partidaria, transformando a los partidos de centro-izquierda en particular en bolsas de payaso intelectual, donde todo pensamiento es aceptable, siempre y cuando permita aferrarse al poder.


Mientras tanto, la derecha y el centro-derecha, debido a su falta de creatividad y agudeza política, decidieron hace mucho tiempo dejar de lado la ideología y comenzaron a abrazar ideas abiertamente de izquierda. Les resultó demasiado difícil combatir intelectualmente el concepto de redistribuir lo que por derecho corresponde a los demás, por lo que, si no puedes vencerlos, únete a ellos. La derecha siempre ha tenido dos premisas que la diferenciaban de la izquierda: el apoyo a los valores tradicionales y un Estado lo más pequeño posible. Estos dos puntos ya no existen hoy en día, excepto en las derechas consideradas más firmes, lo cual ha generado un fenómeno curioso en todo Occidente: la centro-derecha y la centro-izquierda son prácticamente lo mismo y promueven las mismas cosas.


El Partido Laborista británico hoy en día apenas se diferencia del establishment conservador, y en EE.UU. nadie en el establishment republicano tiene una verdadera intención de reducir el tamaño del Estado o limitar el poder de la burocracia. En Chile, Piñera adoptó las cuotas y los temas de género como si fueran propios de la derecha, aunque estos van en contra de lo que la derecha siempre ha defendido, ya que su fundamento es establecer desigualdades ante la ley para beneficiar a grupos especiales, tal como se hacía abierta y masivamente en la época en que gobernaba la aristocracia.


Tras la caída del Muro de Berlín, la izquierda también renunció a la nacionalización de los medios de producción, lo cual fue una excelente noticia para los grandes empresarios que, por supuesto, lo recompensaron generosamente. Estos empresarios, lejos de ser ingenuos, comenzaron a financiar masivamente a la izquierda, incluso más que a sus antiguos aliados de derecha.


Mal que mal los diestros piensan como nosotros así que no nos van a vacunar, pero a los siniestros conviene mantenerlos de paniaguados para que se mantengan cómodos y así no decidan volver a sus viejas andanzas. Por lo demás, si viven de nosotros lo normal es que el perro no muerde la mano de quien le da de comer, así que algún nivel de control vamos a poder ejercer sobre ellos.


En la política moderna, más que un protocolo, se trata de un espectáculo costoso. El dinero es indispensable para hacer política en sociedades que no distinguen claramente entre Marx y Ayn Rand. Poco a poco, aquellos que tienen grandes sumas de dinero han tomado el control de la política y los políticos, sin que nadie realmente se oponga. La centro-izquierda está bajo su influencia, y aunque en menor medida, también la centro-derecha. Todo en aras de acceder al poder. En la actualidad, son ellos quienes marcan el ritmo.

El poder que ostenta la gran empresa en la política es inconmensurable. No solo aportan visibilidad a los candidatos a través de financiamiento de campañas, sino que también les otorgan puestos de trabajo si fracasan electoralmente o contratan a sus familiares, si son influyentes, para mantenerlos contentos y orgullosos.


Hoy en día, los grandes negocios se hacen con el Estado y no con los ciudadanos comunes. Esto resulta más sencillo. Convencer a millones de personas es difícil, pero si logro convencer a unas pocas docenas de políticos, puedo cerrar un gran contrato. Es simple. Tomemos como ejemplo a Bill Gates, quien ahora se preocupa más por vender vacunas a la OMS, de la cual es uno de los principales financiadores, y a los gobiernos de todo el mundo, en lugar de centrarse en mejorar su sistema operativo. Microsoft pertenece al pasado, el fascismo económico es el presente. Hagamos que el Estado sea gigantesco, llenémoslo de los políticos que tenemos en nómina, vendámosles nuestros productos y servicios a precios bajos y, al final, nos quedaremos con todo porque terminará siendo financiado a través de impuestos, que podremos evadir gracias a nuestros contadores adecuados y a nuestros contactos en la legislatura, quienes nos permitirán hacer algunos favores de vez en cuando.

Lo mismo ocurre con Elon Musk. Se convirtió en el hombre más rico del mundo al abandonar el competitivo mundo del software y dedicarse a vender automóviles y baterías eléctricas, un negocio que recibe numerosos subsidios estatales y federales en los Estados Unidos en la actualidad. Además, está su empresa espacial, SpaceX. Gran parte de su existencia y financiamiento se justifica por hacer negocios con la NASA.


Aunque resulte increíble, gran parte de las regulaciones impuestas por los estados modernos, bajo la excusa de servir al público, tienen como verdadera intención evitar y marginar la competencia, haciendo que sea muy costosa para los pequeños empresarios o inaceptablemente burocrática para aquellos que intentan ingresar por primera vez. Observemos lo que sucedió durante la reciente pandemia y la locura del confinamiento. Nunca antes en la historia se había traspasado tantos recursos de las clases bajas y medias a las clases altas. Curiosamente, se les permitió a estas últimas seguir operando de manera relativamente normal, mientras el resto de la población estaba encerrada en sus hogares. Los supermercados permanecían abiertos, pero los pequeños negocios locales estaban cerrados.


Dos ejemplos destacados del control empresarial sobre la política son el Partido Conservador británico y el Partido Republicano de EE. UU. El primero se está derrumbando políticamente al seguir políticas abiertamente de izquierda respaldadas por sus donantes, como la migración sin control que reduce los salarios al aumentar la competencia laboral. Además, se han negado a implementar el Brexit adecuadamente. En cuanto al segundo, continúa tratando de obstaculizar a Trump, a pesar de contar con un apoyo superior al 75% dentro de las bases del partido. Trump es un ajeno al establishment republicano y no se somete a los donantes, ya que tiene su propia agenda y una fortuna tan grande que no depende de nadie para llevar una vida lujosa. Para el establishment político, los donantes son más importantes que lo que piense o desee la gente.


De esta manera, resulta imposible diferenciar al centro político en la actualidad. Pensemos, por ejemplo, en Mauricio Macri en Argentina. Su gobierno fue más generoso con los conglomerados sociales que los peronistas, lo cual llevó a Argentina al borde del colapso económico. Los organismos internacionales tuvieron que romper sus reglas para brindar ayuda y evitar una crisis. Ambos centros políticos persiguen los mismos objetivos y piensan de la misma manera.


El Estado se utiliza para comprar votos, y los contribuyentes son los que pagan la factura. Es necesario acumular poder para servir a los donantes y empleadores de los políticos. Por lo tanto, se busca aumentar la influencia del Estado a través de la intervención en todos los ámbitos y se incrementa el número de burócratas, especialmente en temas de género, para garantizar contratos públicos lucrativos a largo plazo. No sea que la clase media, que es la que paga por todo, despierte y exija sus derechos. Para lograrlo, es fundamental tener control absoluto, hacer que todos dependan en cierta medida del Estado y reducir el poder de la sociedad civil para dejarla indefensa. Más regulaciones y más burocracia son sus soluciones favoritas.


En resumen, el centro político ya no se distingue, carece de una ideología relevante y gobierna en beneficio de sus donantes en lugar de sus votantes. Busca aumentar su poder engordando el Estado y las regulaciones. Los más ricos se hacen cada vez más ricos gracias a los lucrativos contratos públicos y al fin de la competencia, respaldados por sus aliados en el poder. La clase media paga el precio de esta distribución y el aumento de los impuestos, lo cual la está devastando. La gente está cansada de financiar a los narcisistas de turno que prometen pero nunca cumplen, ya que sus proyectos de vida son inconvenientes para ellos. Ricos, famosos y poderosos hasta el final de los tiempos.


Estas son las razones por las cuales cada vez más personas están abandonando el centro político en todo Occidente. Los votantes, aunque tarde, están comprendiendo que el centro político no es más que una agencia de empleo para narcisistas irredimibles y sus familiares, y un costoso mecanismo de defensa de los intereses de los mega ricos y las corporaciones internacionales. Carece por completo de ideas y sueños, limitándose a seguir las indicaciones de la última encuesta encargada a sus amigos. Es un vacío ideológico y filosófico en la política.

En ese sentido, cualquier cosa es aceptable si ayuda a conservar el poder, convirtiendo a la política de centro moderna en algo despojado de alma y corazón. Es como una tienda que vende cualquier marca con tal de obtener beneficios económicos, un negocio impulsado exclusivamente por el lucro y nada más. Si vemos al Partido Conservador británico, por ejemplo, podemos notar la desilusión que tienen sus bases, las cuales lo abandonaron en masa en las últimas elecciones locales. El laborismo, lejos de aprovechar este desengaño, tuvo un desempeño mejor, pero se nota que ya no es lo mismo. Donald Trump es extremadamente popular entre las bases republicanas, pero es odiado casi por todos los antiguos y actuales dirigentes del partido porque su agenda tiene ideas claras y una ideología prístina y dura, la cual denomina "Make America Great Again", y no tiene nada que ver con los intereses de los jefes de turno, y se opone radicalmente a lo que hoy defiende el Partido Demócrata. Miren también a Argentina. El loco Javier Milei tiene ideas fuera de toda lógica para la política argentina y está recibiendo gran apoyo popular, principalmente porque quiere terminar con el saqueo impositivo a quienes trabajan y con la burocracia acromegálica e hiperextendida que resta poder al Estado, lo único sagrado para la política tradicional de su país.

No es raro entonces entender que aquellos votantes moderados de centro hoy se estén pasando a los nuevos extremos. O lo que podríamos denominar: la actual política con ideología. Esta estuvo muy alejada del poder y de la vista de la gente porque el centro logró convencer a muchos de que tener ideas y luchar por ellas es de radicales y extremistas. De fanáticos. Que pensar diferente y no querer ceder siempre es de rotos y mal educados. Que lo único que importa son los consensos porque así nadie se pelea y eso es lo mejor para los negocios. Pero la gente se está cansando de tener que ceder siempre y aceptar cualquier cosa a cambio de absolutamente nada. Los únicos que se benefician realmente de este sistema de equilibrio político moderno son los muy ricos, los políticos de profesión y los burócratas, y el resto solo existe para pagar la cuenta de la borrachera institucional.

Miren esta migración nueva sin control. Deprime los salarios al aumentar de golpe la oferta laboral, una orgía para la gran empresa; aumenta el poder burocrático al hacer crecer el número de individuos que dependen del Estado y de su supuesta empatía y generosidad financiada con dinero ajeno; aumenta la porción de posibles votos a comprar en cada elección con el dinero del fisco, disminuyendo así la influencia de la clase media en las decisiones políticas, segmento el cual odian los señores políticos porque les exige más que simplemente un mendrugo de pan y un vaso medio vacío de vino tinto de vez en cuando; y cuyo costo siempre es pagado por los pobres que trabajan y la clase media, quienes ven cómo los servicios públicos como la salud y la educación se deterioran, y que ven que cada vez menos de esos pesos que pagan como tributo les vuelven a través de aquellos esporádicos cariñitos institucionales que uno espera por su esfuerzo, como lo es ir al hospital público por un percance y recibir una atención decente por parte de un doctor.

Si usted lo piensa bien, en realidad, los denominados actualmente extremos políticos no son otra cosa que partidos con ideas claras, las cuales no transan, o al menos les cuesta transar. Son aquellos que simplemente no están dispuestos a vender su alma al diablo por una casa en Zapallar o Santo Domingo, o por un puesto en un ministerio, ni creen que el progreso esté solamente en ceder en favor del más histérico, del más violento o del más gritón. Varios de esos partidos denominados hoy extremos, de hecho, hubieran sido considerados fomes y melindrosos hace 20 años. Ni chicha ni limoná, como decían los huasos. ¿Usted realmente cree que los Republicanos hoy se encuentran mucho más a la derecha que la Democracia Cristiana de Frei Montalva?


Chile iba viento en popa hasta hace algunos años, con algunos problemas, claro está, cuando la clase política determinó que las ideas ya no importaban y que lo importante era el poder. La Concertación se transformó en la Nueva Mayoría y desechó todo lo que cultivó por la pura razón de mantener el poder, volviéndose una sarta de contradicciones imposible de descifrar. La derecha abandonó todas las ideas que alguna vez la sustentaron porque determinaron que ya no estaban de moda, así que cuando les tocó gobernar, lo hicieron como si hubieran sido una Neo Concertación por la Democracia. Los rojos les sacaron a sus esbirros a la calle y cedieron más rápido que un borracho ante una barra libre a precio de costo.


De ideas, nada. Solamente poder. Cómo lo logro y lo mantengo, y así de paso pago mis deudas con mis patrones corporativos, es lo realmente importante para ellos.

Si alguien cree que la gente es tan ingenua y tonta como para no darse cuenta después de tantos años de que finalmente la política de centro se vació de ideas para defender cargos y que ya no es capaz ni siquiera de dar algo a cambio del esfuerzo de los chilenos que pagamos impuestos, peca de ingenuo e inocente.


La gente se ha percatado de que de esta política ya no saca nada. El poco progreso económico que se logró se acabó como consecuencia de tratar de apaciguar a las fuerzas de izquierda, abandonando para ello el mundo de las ideas, y claramente ya no hay nada para ellos en los acuerdos de cúpulas en busca de ese supuesto desarrollo económico que nunca llegó.


La política siempre fue una disputa de ideas y simplemente está volviendo a serlo. Fue una rareza, curiosa y mañosa, que se haya planteado durante tanto tiempo en el mundo político occidental que defender ideas firmemente te hace un radical. Hoy está claro que en el centro estas no están, o que simplemente no se las toman en serio cuando llega el momento de mantener el poder. Si eso es así, ¿qué puede hacer la gente?


"Veamos si aquellos que dicen tener estas ideas que me parecen las correctas

hacen algo en mi favor. Aquellos que dicen tenerlas, pero que se venden al mejor postor

y aceptan cualquier pilatuna para que los voten, hoy ni siquiera son capaces de darme

un poco de estabilidad como lo hacían antes, y se nota que más que pensar en mí,

están pensando en ellos."


A la larga, el gran problema que tienen los partidos instrumentales, o esos partidos con ideas que van de derecha a izquierda y más allá, o simplemente sin ideas de verdad, y todo para conservar el poder y los cargos públicos, es que al final nunca son capaces de implementar algo verdadero, porque siempre son un atado gigantesco de contradicciones, lo cual los hace verse tremendamente falsos ante la opinión pública.


Al final, nadie concibe que alguien que crea en todo sea un individuo honesto y respetuoso. ¿Usted le creyó algo a los demócratas cristianos que gobernaron con los comunistas? Si quiero comunismo, voto por los comunistas y no por los democristianos. Lo mismo pasa con partidos como Evópoli. Si quiero socialismo, voto por los socialistas y no por los pergeños hijos de ricachones con complejo de misionero. No tiene sentido. La gente siempre va a preferir el original a la copia, porque la copia nunca es igual y por lo general ¡tampoco es REAL!


Lo que está pasando hoy en el mundo es que mucha gente está empezando a preferir a aquellos partidos que creen que tienen ideas y que se las toman en serio, lo que no implica otra cosa que defender aquello por lo cual llaman a votar. Si prometo A, y usted me vota por eso, no voy a transar A con el partido del frente para poder mantener mi cargo.

Es una locura, pero parece ser así de simple la cosa.


A su vez, la gente está rechazando el consenso porque, desgraciadamente, el centro político les enseñó que este no es otra cosa que un arreglo mañoso para mantenerse en el poder, sin importarles al final por qué votaron por ellos ni cuáles fueron las ideas que los llevaron al poder. Todo está a la venta y nada es sagrado si se trata de aferrarse a sus sillones gubernamentales y parlamentarios.


Nos guste o no, hoy la política de verdad se hace en los supuestos extremos, ya que el centro es simplemente una agencia de colocación de empleos.

Todos por cierto extremistas, si escuchamos a un buen político de centro...

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