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Por pensar rápido, pero no despacio.

(Por Juan Pablo S. | San Pedro de La Paz)

Sin ánimos de guardar los cuidados, pero sí las proporciones, sugiero destacar ciertos elementos que están dispersos en el ruido, respecto al nuevo coronavirus. Es en el ámbito mediático en donde la población tiende a hacer lectura rápida del estado de las cosas con, hasta ahora, decisiones que apuntan a contener la velocidad de contagios y fallecidos, pero con impactos todavía incalculables al empleo y la salud mental de la población. Pareciera que las co-fatalidades producto de las mismas medidas que buscan la protección, y la dimensión política, social y económica que esto pueda alcanzar, no están dentro de los parámetros de análisis.

A saber, en Chile existen más de 1800 suicidios en año normal, siendo la principal causa de muerte en jóvenes de 20 a 25 años y con la tasa más alta en el grupo de adultos mayores de 80 años. Son cifras alarmantes que se han disparado más de 215% desde hace más de una década en nuestro país. Para mitigar estas cifras, el Ministerio de Salud creó en octubre de 2013 el Programa Nacional de Protección del Suicidio con meta de evaluación precisamente este año, 2020. Cabe preguntarse, en qué se condice este programa con la exhibición del contador de fallecidos en tiempo real en los medios de comunicación por parte

del mismo ministerio. ¿Cuál es el propósito objetivo de esta medida? Dirán que el propósito es sostener la toma de conciencia. ¿Tal propósito se ha alcanzado en algún grado siquiera? ¿Se ha evaluado cómo afecta colateralmente este sensacionalismo de la muerte hacia aquellos con comportamiento suicida por la depresión, los trastornos bipolares, el abuso de drogas, alcohol y la esquizofrenia? No son tiempos fáciles, pero la población queda desprotegida gratuitamente de su salud psíquica sólo a partir del lenguaje y las formas de cómo se está abordando este escenario nuevo, creando narrativas sin datos verdaderamente limpios para traer a exhibición.


Para insistir en la gravedad del nuevo coronavirus, el escenario comparativo por excelencia que se esgrime es Italia. Este país cuenta con más de 17mil muertes por influenza en los últimos cuatro años, casi 25mil en la temporada 2016/17. En todo el mundo la gripe común causa 250 mil-500 mil muertes cada año. En nuestro plano, Chile tiene un promedio en año normal de aproximadamente 10 mil fallecidos por enfermedades respiratorias, más de 3 mil de estos por neumonía. Este nuevo coronavirus tiene una tasa de mortalidad publicada en el rango del 0.12-0.2% [1], 20 veces menos a lo inicialmente declarado por los grupos de OMS y con lo cual, prácticamente, se obligó a cerrar el planeta. Cientos de miles de fallecidos se pronosticaron inicialmente en U.K., EE.UU y resto del mundo, así era la narrativa instalada. En este escenario ciego era lo más recomendable NO DAR EL SIGUIENTE PASO, porque no existía un hacia dónde. Pero hoy el escenario científico basado en datos revisados invita a una actitud diferente.

Este virus tiene un comportamiento que bien hace dilucidar que está adelantando y reemplazando fallecimientos por otras causas respiratorias que triste y lamentablemente iban a suceder dentro de un periodo más largo como en año normal. No habría exceso de mortalidad que permita diferenciar, estadísticamente, respecto a un año normal, hasta ahora. Ante esto, especialistas en medicina de población coinciden en tomar todos los resguardos posibles con ancianos y grupos de más alto riesgo, invocando el concepto de distanciamiento físico más que social. En cuarentena, son las personas más vulnerables y contagiadas quienes deben guardar encierro, no las personas sanas, está en su propia definición. El espectro así toma mayor grado de control al reducir el grupo que precisa de los cuidados más ese