
Cuando en 100 o 150 años más los historiadores se den un palmetazo en la frente tratando de entender cómo Chile se autodestruyó, no estará ninguno de los culpables para dar la cara o explicaciones.
Aunque algunos no lo vean, y otros se pongan deliberadamente una venda en los ojos, la realidad es que estamos frente a un terremoto. Pero no a uno de los que estamos acostumbrados, esos que derrumban casas y cortan caminos, sino a uno mucho peor: uno de características sociales y económicas que amenaza con hacer desaparecer el país tal como lo conocíamos.
Es triste decirlo, y peor aún será constatarlo en los poco más de 3 años de gobierno que quedan: falta bastante para tocar fondo. Falta gente por morir en asaltos o listas de espera, faltan empresas por quebrar y trabajos que se pierdan, faltan generaciones que no aprendan a leer y escribir. Falta tanto por ser destruido.
Pero los que defendemos las ideas de libertad, esas donde hay espacio para el mérito personal y el desarrollo de la sociedad civil en paz, siempre vemos el vaso medio lleno, o dicho de otra manera, no le tememos a las dificultades y obstáculos.
Sí, es verdad, habrá que apretar los dientes y esperar el final del descenso, pero entonces, desde ahí, desde las cenizas y escombros, se tendrá que reconstruir.
¿Estamos divididos? Por supuesto. Por buenas o malas razones, por motivos entendibles y otros manipulados por intereses políticos o sectoriales, ya no somos capaces de unirnos en una bandera, en un himno, en una historia. El daño ha sido tan profundo, que nos miramos con desconfianza en calles, plazas y parques.
¿Eso es lo que queremos que reciban nuestros hijos y nietos?
Llegó la hora entonces de tomar conciencia de que terminada la actual administración solo habrá espacio para enfrentar lo más grave: delincuencia, salud, vivienda, educación primaria. Lo demás tendrá que esperar. Esa es la magnitud del desastre. Eso es lo que pasa después de una farra tan monumental como la que nos dimos, o bien aceptamos por mirar para el lado y callar cuando ya era claro que la ideología se daría un gustito pasando por encima de la realidad y el sentido común.
Chile ha dado hijos fantásticos: Prat, Arrau, Mistral, Parra, Ahrens, Sor Teresa, el Padre Hurtado, por solo nombrar algunos. Usémoslos como faros y ejemplo, y así, algún día olvidaremos que fuimos capaces de rendir homenaje a la primera línea. Recuperemos Chile. Recuperemos la ESPERANZA. Nos espera un gran abrazo al final de esta pesadilla.