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LGBT: Un “pseudonacionalismo” inmerso en el patrimonio público chileno

Benjamín Escobedo (Teólogo e Investigador de Historia) Escritor para Latinoamérica (Monte Alto Editorial) Columnista de Fundación Nueva Mente (FNM) Lic. Teología Lic. © Historia



En los últimos días el diputado Luis F. Sánchez del partido republicano manifestó a través de su cuenta de Twitter una clara interpelación hacia la Cámara de Diputados producto del izamiento de la bandera de la diversidad sexual en el exterior del recinto dado el Día Internacional contra la Homofobia, sin duda, tensión que abre un debate sobre las diversidades, patriotismo, laicidad, y todos aquellos elementos propios de la vida pública. Por tanto, mi columna de la semana se titula “LGBT: Un “pseudonacionalismo” inmerso en el patrimonio público chileno”.


Primero, el debate con relación al pluralismo ha penetrado la esfera pública hace bastante tiempo intentando arbolar sistemáticamente las categorías de tolerancia, igualdad, libertad y respeto, sin embargo, dichas dimensiones lingüísticas están cargadas de sesgos a la hora de un sentido transversal en el espacio público. El movimiento LGBT ha hecho “propias” las categorías acuñadas como si fueran exclusivas de este último. Tal vez, estamos frente a una identidad que, dicho sea de paso, desea posicionarse no solo desde el discurso ideológico, sino también hacia el reconocimiento gubernamental en nuestro país.


Segundo, las palabras del diputado Luis F. Sánchez colocan sobre la mesa como es que el movimiento LGBT ha permeado el mundo político y como este mismo ha permitido una visibilización más allá de las libertades públicas. A momentos, parece un pseudonacionalismo inmerso en el patrimonio público. Tal vez, hemos olvidado que los poderes del Estado imaginados por Montesquieu no tienen nada que ver con la idea de adscribir a ideologías de diversidad sexual, por el contrario, el trabajo de los congresistas es cumplir los preceptos propios de la política (el resto son meramente opiniones, deseos y anhelos personales). Cabe señalar que la política no está basada en utopías de las masas, sino más bien en un reconocimiento de las libertades y la racionalización de las Ideas canalizadas mediante la discusión. En otras palabras, parte del mundo político ha sobrevalorado el movimiento LGBT al punto de convertirse en un sentimiento de carácter pseudonacionalista.


El patrimonio público es algo que pertenece a todos los chilenos y chilenas, por consecuencia, no puede ser “apoderado”, administrado y preservado por un progresismo que pretende elevar la bandera de la diversidad sexual como símbolo del patriotismo al estilo siglo XXI. Claro, los Estados no deben ser gobernados por un conservadurismo moral que erige sobre la base de las Sagradas Escrituras (Biblia), sin embargo, tampoco debe serlo a partir de ideologías de género, diversidad sexual, entre otros tantos, más aún, tener la pretensión de plasmar esta ideología a través de una bandera en el patrimonio público es indudablemente una mutilación del estado liberal, de lo contrario, deberíamos izar las banderas de cada religión, credo, espiritualidad, ideología, dogma, etc.


Por último, el mundo LGBT tiene cada vez una mayor incidencia en la opinión pública, políticas públicas (ministerios) y ahora en el patrimonio público. Por tanto, nos encontramos frente a una discusión para repensar depuradamente las categorías de libertad, respeto y tolerancia en nuestro país. El problema no es la existencia de masas que adscriban o no a la diversidad sexual, sino más bien que el Estado sea garante de aquello utilizando el patrimonio público como símbolo de populismo, efervescencia y empatía por unos pocos.


Me parece que estamos frente a un movimiento con fuertes tintes utópicos, sesgos antropológicos y un claro sentimiento de absolutismo, de ahí que mi columna de la semana se titule “LGBT: Un “pseudonacionalismo” inmerso en el patrimonio público chileno”.

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