
(Por Jorge García) Érase un orco que ignoraba serlo
pues creía en serio que era buenmozo.
Pero él era un orco, un orco por dentro
siempre contento de causar destrozos.
Que no nació orco, que así lo hizo el tiempo,
quizá sea cierto aunque sólo un poco.
Quizá quedó orco por creerse el cuento
que hasta sus incendios eran virtuosos.
Fue un alumno flojo y quedó mamerto,
así que de viejo siguió siendo orco.
Ya no era chistoso ni mucho menos
con cuerpo de abuelo y aires de mocoso.
Y, oh, nunca pudo zanjar el dilema
de arreglar el mundo o limpiar su pieza.
Y érase un orco sagaz y valiente,
bravo oponente de toda injusticia.
Muy fiero escribía en diversas redes,
tragando Chesters y echado en su silla.
Por tuiter decía que era un rebelde,
un independiente y antipartidista.
Y que si se unía a les compañeres
era un accidente y no sintonía.
Escribió noticias de hordas decentes,
estando consciente de que mentía.
Pues su rebeldía era menos fuerte,
que su ansia urgente de ser mayoría.
Pero un buen día, tras algunos años,